Mi hermano acostumbraba esconderse bajo su cama cada vez que los papás discutían, mientras yo hacía uso del insomnio para forzarme a madurar e ir lentamente interfiriendo en sus peleas: todo con tal de exigir paz a favor del más vulnerable de la casa. Un día desapareció. En su búsqueda se unió hasta la prensa, pero como nadie lo conoce mejor que yo, ni idea tienen del escondite. Y a la espera de que madure a su manera, no lo molesto siquiera mirándolo. Pero sé que está ahí, porque cuando barro bajo su cama me agarra la escoba y ríe.